A siete meses del final de su cuatrienio, Luis Rodolfo Abinader Corona ha borrado con empeño aquellos trazos descoloridos con que se le pintaba y mutado en un mandatario asertivo, sagaz y ducho en el difícil oficio de gobernar sin perder el norte. En sus tres años y cinco meses con residencia en el Palacio Nacional, se aprecia el aprendizaje en la manera de conducirse y encarar los retos que suponen el liderazgo nacional y sus intríngulis.
Abinader Corona gobierna con la firmeza en las decisiones que lo eludía en los primeros meses; resuelve conflictos con tino y lleva a remolque a los poderes fácticos, enrolados ya en los esfuerzos reeleccionistas. Poco o nada queda de los episodios de enmiendas a decretos, proyectos de leyes y posposición de medidas.
El presidente se regodea con números saludables en las encuestas de popularidad -de los más altos en el continente- y solo una minoría le discute su vocación de trabajo y buena disposición. Aun sin el plus de las campañas de promoción masivas, el presidente, por sí mismo, convence de que es un mandatario a tiempo completo.
El manual de cómo endulzar con decretos
Apenas ganadas las elecciones, se aprendió prontamente el manual del dulce encanto de los decretos, e inició paralelamente la conquista plena del Partido Revolucionario Moderno (PRM). A Hipólito Mejía, su rival en las primarias, le correspondió su ración de puestos e influencia relativa en la nueva administración. El aprendiz de estadista colocó a sus alfiles en las posiciones claves y aprovechó las corrientes favorables de opinión pública para descolocar a sus contrincantes guarecidos en el Partido de la Liberación Dominicana. Leonel Fernández era su aliado.
Consciente del vendaval llamado "justicia independiente", alentó la anemia del PLD con una procuraduría que allanó el camino a Najayo a importantes figuras del antiguo gobierno y familiares cercanos del expresidente Danilo Medina. Así, y con el beneplácito y la bendición de quienes ven en la corrupción el serio problema de América Latina, ha gobernado sin oposición una buena parte de su periodo.
Las licencias como antídoto
Cuando los vientos judiciales llegaban hasta las puertas del despacho, dejó marchar sin derramar lágrimas a su ministro de la Presidencia e intermediario eficiente frente al poder económico, Lisandro Macarrulla. Licencias indefinidas, equivalentes a caída libre en desgracia, han servido de contrapeso a los escándalos de corrupción de los inscritos en el presupuesto nacional. Último (des) agraciado, Hugo Beras. Portazo diferente pero igual de efectivo correspondió a Roberto Fulcar, otrora jefe de campaña y ahora educador sin Educación.
Abinader navega como viejo capitán en los mares de los medios de comunicación, la web, redes y trampas. Sin perder aplomo. Ha desarrollado un olfato mediático envidia de un perfumista; del performance ha hecho una maestría. Lo demostró en la Universidad de Columbia ante las preguntas envenenadas de una joven estudiante.
Entre las artes aprendidas, la de encantar serpientes. Para nada ofidios sino más bien equinos asilvestrados o tarpanes, Guido Gómez Mazara y Ramón Alburqueque resistieron el látigo de la indiferencia presidencial no así el susurro y un café matutino. Ambos han canjeado la rebeldía por aquello de quien calla, otorga. Y así por el estilo.
El nuevo retrato, seductor y de colores tropicales
Sedujo a los ultranacionalistas sin serlo y en el conjuro aquietó la oposición con el tema interminable de Haití. Cerró y militarizó la frontera, trastornó el comercio y todo en un afán que se sabía fallido: detener el canal haitiano que aprovechará las aguas transfronterizas pero que causará daños de este lado de la frontera. Si ese no fue el cálculo, igual da. La mano dura frente a Haití tuvo efectos locales favorables para Abinader. De lugares postreros en las encuestas, el tema haitiano ha escalado hasta la prominencia. El presidente ha ascendido peldaños de popularidad, pese a que el canal sigue en construcción, reabiertos la frontera, el tránsito y el comercio como si nada hubiese pasado. Y los militares impertérritos ante el tráfico de indocumentados, tanto en yipetas de lujo como en humildes camiones.
El nuevo retrato del presidente Abinader es de colores vívidos, propios del trópico político dominicano. La senadora Faride Raful se quedó en el extrarradio de la boleta en el Distrito Nacional. No porque sus números fuesen bajos o su discurso desentonara, sino porque perdió la brújula que marca el derrotero en el PRM de Abinader. La selección de los nuevos jueces del Tribunal Constitucional fue una jugada maestra que desquició a la oposición presente en el Consejo Nacional de la Magistratura. La maquinaria congresional del PRM arrolló en el caso de la extensión del contrato de Aerodom.
Por último, el tiro de gracia al Aeropuerto Internacional de Bávaro. Sabía el presidente como el que más que ese proyecto era un hijo bastardo de la pasada administración, un regalo político a contracorriente de las reglas legales y la ética de la administración pública. Antes de cercenarlo de un solo tajo al llegar al poder, esperó tres años y el largo recorrido judicial del proyecto hasta la misma Suprema Corte de Justicia. Nadie puede acusarlo de favoritismo: por el contrario, el decreto verdugo es una oda a la separación de poderes.
Luis Abinader se graduó con honores en la carrera sobre el ejercicio del poder. Falta por ver si el aprendizaje incluye cómo reelegirse.